dijous, 7 d’abril del 2011

Sobre enquestes

Això també te uns quants anys però crec que hi ha coses que conserven l'actualitat, i aquests propers dies es parlarà molt d'enquestes...


LA TIRANIA DE LAS ENCUESTAS[*]

[Josep-Manuel Silva  i Alcalde]


En el año 1988, Michel Brulé bautizó el régimen democrático francés con el nombre de “el imperio de las encuestas”. Once años después, la situación ha evolucionado hasta tal punto que en Cataluña, y en toda España, podríamos afirmar que existe una cierta “tiranía” de la encuestas. La prensa escrita publica demasiado a menudo encuestas, sondeos y barómetros de opinión sobre temas políticos que son difundidos y ampliamente comentados a posteriori en las tertulias radiofónicas, en los informativos de televisión y en los círculos políticos. Las encuestas han pasado a formar parte de la vida cotidiana de nuestra democracia. Sin embargo, en los momentos críticos, la sensación generalizada ha sido la de “fracaso” estrepitoso de los sondeos.
            La mayoría absoluta de CiU en el año 1995, el triunfo abrumador del PP en el año 1996, la victoria de Almunia en las primarias socialistas…fueron vaticinios de las encuestas que nunca se llegaron a concretar.
            Cabe, por tanto, preguntarse cuáles son los motivos que provocan la proliferación prácticamente asfixiante de los sondeos de opinión, a pesar de los fracasos aparentes de sus predicciones.

            En primer lugar hay que distinguir entre la encuesta propiamente dicha y la utilización que hacen de ella los medios de comunicación. En un sondeo sorprendente, publicado hace un año en un prestigioso diario de Barcelona, se preguntaba a los ciudadanos su opinión sobre el GAL, ante la inminencia del juicio sobre este tema. A la pregunta “¿Condenaría usted a prisión a Vera y a Barrionuevo?”,  casi  el 50 por ciento de los encuestados (exactamente el 44 por ciento) optaba por la clásica “no sabe / no contesta”, respuesta lógica para una pregunta increíblemente atrevida. Un 26,8 por ciento se declaraba partidario de la condena y el 28,8 por ciento restante manifestaba su rechazo a la propuesta. Pues bien, el titular del diario decía lo siguiente: “los españoles se inclinan por no condenar a Vera y Barrionuevo” (sic) 1. La encuesta encargada era correcta, dentro de sus posibilidades, pero la interpretación del medio en cuestión era claramente manipuladora.
            Todos los expertos coinciden en destacar que los sondeos de intención de voto muestran tendencias, comportamientos en un momento determinado, y por lo tanto no se les puede pedir un rigor matemático. La opinión pública española se muestra muy cambiante en los últimos tiempos, razón por la cual no se puede analizar un sondeo de forma aislada.
            Antes de analizar los motivos que explican el fracaso de las encuestas en determinados casos, es conveniente dejar constancia de algunas ideas previas con las que parece estar de acuerdo la mayor parte de los teóricos de la sociología y de la comunicación política.

            1.- Las encuestas no son ni pueden ser infalibles. Como ya hemos avanzado, su objetivo consiste en reflejar el estado de la opinión pública en un momento concreto. También sirven para hacer predicciones sobre el voto, pero solamente para eso, porque no tienen la exactitud matemática que permite, en un sistema electoral como el español y el catalán, traducir la intención de voto en número de escaños. Sea como fuere, no son un oráculo sobre el comportamiento definitivo de los votantes. El producto directo de las encuestas son los porcentajes de intención de voto. Estos porcentajes nos muestran las tendencias de la orientación política del electorado y son el reflejo de la correlación de las diferentes fuerzas contendientes. Comparar los resultados de las encuestas más próximas a la jornada electoral nos proporciona un indicador de la fiabilidad de la muestra utilizada, pero no garantiza su infalibilidad. Entre otros motivos, porque pueden existir variaciones entre el día de la encuesta y el día de las elecciones (sobre todo habida cuenta de que existen los períodos de black out, es decir, la prohibición de publicar encuestas unos días antes de la votación). Además, también es posible que las propias encuestas influyan sobre la votación, por lo que se podría dar la paradoja que, en teoría, no hubiera encuestas fiables al cien por cien, hecho sobre el cual volveremos más adelante.

            2.- El estudio sociológico del comportamiento del electorado a medio plazo (lo que los norteamericanos denominan research) garantiza una mayor fiabilidad de las encuestas. En los países con una larga tradición democrática (EUA, Francia, Gran Bretaña…) es poco frecuente ver publicadas en medios de comunicación de prestigio encuestas electorales que posteriormente se alejen demasiado de los resultados electorales. En España, y en Cataluña, se echa en falta aún una cierta tradición de este tipo de estudios y de los institutos especializados que los realicen, hecho que podría explicar en parte algunos errores generalizados en las encuestas, al margen de las peculiaridades del electorado español. Tal vez sería necesario profundizar más en el resesarch (la investigación) y confiar menos en el polling (la propia encuesta).

            3.- Una encuesta realizada correctamente garantiza, con las limitaciones expuestas, una cierta fiabilidad. A menudo el problema es, como ya hemos visto, la interpretación que hacen los medios de comunicación, más interesados en el titular atractivo para la audiencia que en los datos técnicos del sondeo. Con demasiada frecuencia se ignora el margen de error de la ficha técnica, o se incide en la estimación de escaños con el fin de destacar los porcentajes de voto, o se prescinde del porcentaje de abstención. No conviene olvidar tampoco las peculiaridades de cada sistema electoral y del sistema de partidos. A veces se da un “pluralismo polarizado” que puede provocar una desviación de las encuestas en relación con los resultados. Cuando éstos están muy igualados, aunque las encuestas estén bien hechas, resulta muy difícil acertar en las predicciones. Un sondeo realizado con rigor técnico puede ser sometido a un análisis en profundidad sin miedo al fracaso de sus predicciones.

            4.- Habría que relativizar el efecto de las encuestas sobre los votantes. A veces parece que los políticos confían con los ojos cerrados en la capacidad de los sondeos para modificar el sentido del voto de los electores durante la campaña electoral. En declaraciones a la prensa durante la campaña electoral de las elecciones gallegas de 1996, el candidato popular Manuel Fraga manifestó “su temor a que le pasara como a Pujol y perdiera la mayoría absoluta por confiar en los sondeos”. Eso era tanto como afirmar que el Presidente Pujol había perdido la mayoría absoluta en el año 1995 por confiar en exceso en las encuestas, y por lo tanto como detectar un efecto negativo de los sondeos excesivamente favorables para un candidato,  aceptando el hecho de que un sondeo puede incidir de manera decisiva en el resultado de unos comicios.
            Existen muchos ejemplos de este tipo. No hace muchos meses pudimos ver otro en unas polémicas declaraciones del periodista Luis María Anson, exdirector del diario ABC, y en la actualidad director del diario La Razón, a la revista Tiempo, relativas a la etapa de crispación previa a la victoria pírrica del PP en 1996, provocada, según él, artificialmente (tanto la crispación como la victoria) por un grupo de periodistas entre los cuales estaría él mismo: “A punto estuvo de fallar todo. Se acercaban las elecciones y alguien autorizó la publicación de una absurda encuesta, puro voluntarismo, que anunciaba una ventaja de quince puntos para el PP. Se bajó la guardia sin apreciar el peligro de esa actitud. Yo tenía datos que situaban la diferencia en tres puntos. Todavía recuerdo el terrible artículo que escribí denunciando a González cuando ya el Partido Popular cantaba victoria. Al final se ganó por un punto y medio… Se estuvo muy cerca del fracaso”. Hay mucha información en muy pocas líneas. Alguien “autoriza” la publicación de una encuesta “absurda” y “voluntarista” que provoca  una “bajada de la guardia” por mostrar un resultado demasiado favorable, pero él dispone de otra encuesta (que se supone que no se hace pública) y contraataca con un duro artículo que parece ser el detonante final de la victoria ajustada. Se trata de toda una declaración de principios sobre la esencia de la democracia y los efectos de las encuestas que se comenta por sí misma.

            Asimismo, diversas encuestas post-electorales realizadas por el CI2 demuestran que solamente una proporción muy reducida (entre el 7 y el 13 por ciento) de los que dicen tener conocimiento de encuestas durante el período electoral admite alguna influencia de los sondeos preelectorales en la configuración de su decisión final de voto. Y en el 72% de los casos esta influencia sirve para reforzar la decisión de voto previamente adoptada, mientras que solamente en el 9 por ciento de este grupo (equivalente a menos del 1 por ciento de los votantes) la influencia sirve para votar al partido favorito según las encuestas, otro de los posibles efectos de los sondeos sobre los votantes, como veremos a continuación.
            Los teóricos de la sociología política resaltan tradicionalmente estos dos grandes efectos de los sondeos sobre los votantes:

a)      “Bandwagon effect” o teoría del caballo ganador: El elector tiende a apoyar al candidato favorito de las encuestas, razón por la cual éstas refuerzan su posición.
b)      “Underdog effect”: propensión del elector caritativo a ayudar al candidato más débil, el peor situado en las encuestas, razón por la cual éstas refuerzan su posición.

            Según veíamos, se trata de dos teorías contrapuestas y probablemente válidas ambas, ya que también hay teóricos que defienden que un mismo sondeo provoca efectos distintos sobre los diferentes electores, y que por lo tanto estos efectos se compensan y se anulan entre sí.
            Resultan especialmente interesantes las teorías de Paul Lazarsfeld en el contexto de la influencia de las campañas electorales. Para este autor, el ciudadano no es un robot que pueda ser fácilmente manipulado a voluntad, y los resultados de un sondeo son sencillamente un elemento más de información en las campañas que el elector analiza o no, que acepta o rechaza, y que finalmente le influye o no. Para Lazarsfeld, las campañas tienen un efecto de confirmación sobre la minoría interesada. Otros posibles efectos son el de motivación de los indecisos, el de neutralización de los convencidos que pasan a ser indecisos, el efecto de conversión de un porcentaje del electorado que queda neutralizado entre las diferentes opciones, etc.
            Sea como sea, resulta difícil analizar el efecto de las encuestas sobre los electores prescindiendo del efecto global de las campañas electorales o de los medios de comunicación que las publican y, sobre todo, que las interpretan. En este contexto, es evidente que las encuestas tienen una determinada influencia sobre el electorado, como un elemento más dentro de una campaña, o como un editorial más de un diario, o como una estrategia más del marketing político.
            En definitiva, podemos concluir que las encuestas electorales influyen en los electores en la misma medida en que lo hacen las campañas electorales y los medios de comunicación.

            5. De lo que nadie duda es de los efectos que producen las encuestas en los profesionales que intervienen en el sistema político. Hemos planteado la influencia relativa de los sondeos sobre los electores, pero existe un grupo de profesionales sobre los que las encuestas influyen directamente:
            a) Los propios investigadores de los institutos de opinión: las encuestas influyen en su credibilidad y en su futuro como empresa.
            b) Los periodistas y los medios de comunicación que publican encuestas: éstas influyen en la opinión de los periodistas que las interpretan, en sus compañeros de la competencia, en el incremento de la audiencia y de ventas de los medios de comunicación, en su prestigio… De manera indirecta, por tanto, influyen en los lectores y en los consumidores de los medios que las publican.3 A modo de ejemplo, es evidente que los “barómetros” políticos tienen una notable influencia en la opinión pública, sobre todo por su periodicidad y la resonancia que consiguen en los demás medios.
            c) Los políticos y los líderes de opinión: las encuestas influyen especialmente en los políticos, los grandes consumidores de encuestas. Las encuestas pueden hacer modificar las líneas de las campañas, fijar los calendarios electorales, influir sobre los cuadros de los partidos, sobre los estrategas y asesores políticos, en las valoraciones ante la prensa… La mayoría de los políticos creen habitualmente en las predicciones de las encuestas, con dos excepciones que consideran desfavorables para sus intereses:
            - Cuando la encuesta les otorga la condición de ganador absoluto, ya que consideran que puede tener un efecto desmovilizador entre sus partidarios con consecuencias negativas en los resultados, aunque, como ya hemos comentado, este efecto se puede compensar con el efecto del “caballo ganador”.
            - Cuando la encuesta los presenta como perdedores absolutos, por el efecto de contaminación entre sus electores, a pesar de que hemos visto que este efecto se compensa con el efecto underdog.
            Sea como sea, parece claro que las encuestas influyen principalmente sobre los políticos y sobre los líderes de opinión, y partiendo de este hecho tienen influencia también sobre los electores.

            6. La manipulación y prohibición de los sondeos produce efectos perversos no controlados. Jean Stoetzel opina que “l’étouffement de l’information vraie ouvre toute grande la porte aux rumeurs sinon aux mensonges ». El silencio en el campo de la información da paso al rumor, cuando no a la mentira.
            La gran mayoría de sociólogos, politólogos y estudiosos de la comunicación consideran una aberración la existencia de períodos de black out (la prohibición de publicar encuestas al final de las campañas). Los sondeos aportan información al ciudadano y la prohibición de difundirlos (no se prohíbe que se realicen, sino que se hagan públicos) no tiene ninguna justificación, es lo mismo que defender la ignorancia ante el voto en relación con la conducta del resto de los ciudadanos.
            La decisión de muchos gobiernos europeos de fijar períodos de black out sólo se podría explicar por el miedo de algunos políticos a que alguien les usurpe el papel de “chamanes de la tribu”, intérpretes o exégetas de la voluntad popular, detentadores de información privilegiada a la cual el pueblo no puede acceder a partir de una concepción paternalista de la democracia muy próxima al despotismo ilustrado. La prohibición provoca el rumor, y el rumor tiene efectos no controlados. No hay ningún motivo para permitir un mitin de final de campaña y prohibir la publicación de un sondeo dos días antes de las elecciones. No hay razones para pensar que un sondeo pueda comprometer gravemente la objetividad de una consulta electoral, incluso aunque sea erróneo. Lo que los gobiernos deberían evitar por todos los medios es que una encuesta se manipule de manera intencionada, y es indiferente que eso se haga tres días o tres meses antes de las votaciones. Se necesita una regulación estricta para garantizar el rigor y la fiabilidad de las encuestas, pero la prohibición es absurda y ataca la libertad de información.
            El reconocido constitucionalista Maurice Duverger afirma que los ciudadanos tienen el “derecho de espejo”, es decir derecho a saber qué opinan los demás y a disponer de toda la información.4 El black out es patrimonialista y antidemocrático, ya que crea dos categorías de ciudadanos: los informados y los “protegidos” contra el exceso de información. Nunca es mejor la ignorancia que la información, incluso aunque ésta no sea fidedigna. En palabras del sociólogo J.I. Wert, la prohibición de las encuestas “se plantea desde una concepción tuitiva del elector, orientada supuestamente a proteger al votante de las axiomáticamente supuestas influencias nocivas de aquéllas”, con la intención “de evitar al elector el influjo pernicioso que puede provocar sobre una decisión electoral el factor espurio del conocimiento de las intenciones de voto de sus conciudadanos”. La lógica perversa de esta prohibición consiste, sin embargo, en que consagra el monopolio exorbitante, aquél que crea un territorio de información reservada a disposición de los estados mayores de los partidos políticos y que niega al elector común la posibilidad de emitir una decisión de voto con el mejor “input” de información que pueda conseguir. 5

El fracaso de las encuestas

            Una vez presentadas las ideas previas, es preciso analizar los motivos por los cuales, en algunos casos, en los últimos tiempos, las encuestas preelectorales han fallado en sus predicciones de atribución de votos y escaños a determinadas formaciones políticas (los casos mencionados de las elecciones catalanas de 1995 y de las generales de 1996). A continuación se exponen diversas teorías que pretenden explicar las posibles causas del fracaso de las encuestas.

            1. Teoría de la espiral del silencio. Para el norteamericano Hertsgaard “las encuestas de opinión reinan como soberanas. Quinientos americanos son interrogados continuamente para decirnos a nosotros, es decir a los otros 250 millones de americanos, lo que tenemos que pensar”. La teoría de la espiral del silencio es original de la directora del Institute Demoskopie d’Allensbach, Elisabeth Noëlle Newmann,6 y se formula de la siguiente forma: la gente, cuando no quiere sentirse aislada, observa continuamente el ambiente que la rodea, qué actitudes destacan más y cuáles menos. Las personas cuyo punto de vista coincide con el del gran público muestran una tendencia a mantenerlo. En cambio, aquéllas que piensan de una manera menos popular tienden a ocultar  su pensamiento. Este fenómeno se convierte en una espiral, en virtud de la cual las opiniones populares se hacen más populares en las encuestas y las menos populares se hacen menos populares. Estos individuos que piensan de forma “políticamente incorrecta” son cada vez más difíciles de detectar y pueden introducir un sesgo importante en la investigación y, en consecuencia, provocar errores generalizados en las predicciones de las encuestas.
            En España, y también en Cataluña, hay analistas políticos7 que ven en el fracaso de las encuestas un reflejo de esta teoría. Durante los últimos años se puede haber producido un proceso silencioso de crecimiento de una opinión pública nueva que las encuestas no detectan y que modifica el resultado de las elecciones, de forma que no haya correspondencia exacta entre la intención de voto y el voto real
            Una teoría similar a ésta es la de R. Mannheimer,8 que podríamos llamar “teoría de la coherencia”. De acuerdo con esta teoría, los individuos entrevistados en una encuesta tienden a mostrar un comportamiento coherente y, por esta razón, responden haber votado siempre al mismo partido. Estas respuestas producen una cierta desviación en los resultados del sondeo en relación con el número de electores que cambian de partido.
            También en esta línea, pero con un punto de vista más crítico, Sartori 9 opina que la mayoría de las opiniones recogidas por las encuestas es:
a)      débil: no expresa opiniones intensas, es decir profundamente sentidas;
b)      volátil: puede cambiar en pocos días;
c)      inventada en ese preciso momento para decir algo y no quedar mal ante los demás;
d)      produce un efecto reflectante, un reflejo de aquello que defienden los medios de comunicación.

            De acuerdo con Sartori, es triste pero una gran parte de los interpelados no sabe apenas nada de las cuestiones sobre las cuales les preguntan, y a menudo expresan opiniones ciegas, inventadas para quedar bien.

            2. Efecto negativo del período de black out.  La mayor parte de los electores que votan en base a criterios de “deseo social”, de acuerdo con la teoría de la espiral del silencio, no se decide hasta el último momento, razón por la cual los cambios no son detectados por las encuestas, ya que durante los últimos cinco días antes de la votación no se permite su publicación. Tal vez por eso los sondeos preelectorales de 1995 y 1996 no detectaran este “vuelco del último minuto”, consecuencia de la reacción de los indecisos. En todo caso, ya hemos dejado claro que las encuestas muestran la intención de voto en un momento determinado, y esta intención puede variar desde ese momento hasta el día de las elecciones. Recuerda Sartori10 que el elector, cuando entra en la cabina electoral, solamente tiene en su escopeta un cartucho; y si, por ejemplo, tiene cinco opciones firmes pero defendidas por partidos diferentes, tendrá que sacrificar cuatro de ellas, por lo cual su voto puede cambiar. La manera de evitar esta trampa sería levantar la prohibición del “black out”, y permitir la publicación de encuestas, con todas las garantías de rigor, por supuesto, hasta el día anterior a la jornada electoral.

            3. Teoría de la “campaña electoral permanente”: una población sometida a un exceso de sondeos puede provocar el fracaso de las predicciones de voto. Algún autor 11 habla de un fenómeno de “rutinización carismática” de los resultados de las encuestas en el Estado español: la exposición reiterada y prolongada a los resultados de las encuestas, especialmente a las que solamente ofrecen prospecciones de voto, puede producir el efecto contrario al deseado. La proliferación de encuestas podría suponer una desviación importante en las respuestas y explicaría los fracasos mencionados anteriormente. A largo plazo, podría provocar una crisis generalizada de los sondeos que obligaría a los medios de comunicación a dejar de publicarlos. Este es el problema de vivir en una “campaña electoral permanente”, provocado en parte por el gran número de consultas electorales que tienen lugar en todo el Estado, con calendarios diferentes pero con repercusión en todo el territorio y en todos los medios de comunicación, hecho este que obliga a mantener prácticamente en constante funcionamiento la maquinaria electoral de los partidos y de las instituciones. La mayoría de los políticos, ya lo hemos comentado, recurre permanentemente a las encuestas y sufre lo que Sartori denomina una perenne poll-anxiety. Según este autor, “la sondeo-dependencia  constituye la auscultación de una falsedad que nos hace caer en la trampa y nos engaña al mismo tiempo”. La población se convierte en “sobresondeada”12 y se produce un efecto de rechazo que produce efectos perversos y un panorama preocupante de cara al futuro.
            Por esta razón, los institutos de investigación han de hacer frente a tres tipos de problemas que limitan la fiabilidad de las encuestas:
a)                  Un elevado número de indecisos.
b)                 La negativa a desvelar la intención de voto.
c)                  Las respuestas claramente falsas.
            El fracaso de las encuestas de 1995 y 1996 tiene mucho que ver, en parte, con estos factores, como consecuencia del excesivo número de sondeos, así como, por otra parte, con un relativo alejamiento y desinterés por la política de muchos ciudadanos ante los casos de corrupción descubiertos con frecuencia por toda España durante los últimos años.

            4. Teoría de la reflexividad: Formulada por E. Lamo de Espinosa, 13  y consecuencia de lo que hemos expuesto en el apartado anterior. Según este autor, «la conducta electoral ha perdido su antiguo carácter expresivo y ha pasado a ser una conducta instrumental o estratégica. Evidentemente el contexto de la acción es de tipo democrático, pero progresivamente los acto­res votan en función de resultados previstos, para confirmarlos o negarlos, de modo que la eventual reflexividad de los sondeos electorales [...] es ya difícil de rechazar». Finalmente afirma que «la conducta es esencialmente impredecible, y si podemos predecirla es porque, más que predecirla la pro­ducimos, como el jugador de póker es capaz de producir el juego de su con­trincante». Es una teoría muy radical, dado que invalida de manera genérica las predicciones de las encuestas, pero tal vez  pueda utilizarse en parte para explicar los fallos detectados en los casos que hemos mencionado.

            5. Teoría de la manipulación y falta de rigor de algunas encuestas. Esta teoría podría ser discutida desde una perspectiva corporativista por parte de los institutos de opinión, pero no se refiere tanto a éstos como a los medios de comunicación, actores políticos y organismos públicos dedicados a la investigación sociopolítica. Por ejemplo, se ha dicho que alguna institución como el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), sometida al poder político de turno, se dedica a “cocinar” las encuestas, a “maquillarlas” de acuerdo con los intereses del gobierno. Eso se haría mediante una manipulación intencionada de los datos, o más probablemente, ocultando los resultados en determinados momentos para hacerlos públicos cuando la coyuntura sea más favorable. Los mismos responsables del CIS reconocen en un estudio publicado que “la aplicación de los mismos datos de otros modelos podría dar como resultado estimaciones diferentes”. Sería ingenuo ignorar la utilización que hacen los gobiernos de estos organismos para favorecer sus intereses, de la misma manera que lo hacen los medios de comunicación de titularidad pública o privada, aunque se puede hacer de forma sutil. Es lo que ayuda a crear un “clima doble de opinión”, es decir, a la impresión previa que tiene cada ciudadano sobre el gobierno se añade la que promueve el “ojo de la televisión”, de manera que, al fin y al cabo, ambas se funden y se confunden. Ya hemos mencionado las palabras del exdirector del ABC aceptando como un hecho la manipulación de las encuestas.
            Por otra parte, algunos de los argumentos expuestos podrían servir para justificar el fracaso de las encuestas preelectorales, pero… ¿qué sucede con las encuestas realizadas durante la jornada electoral, divulgadas por las cadenas de televisión al minuto de cerrar los colegios electorales?  ¿Por qué fallaron también escandalosamente en las elecciones generales de 1996? Algunas de las razones expuestas podrían explicar en parte este fracaso: el cansancio de la población, la ocultación consciente del voto, la espiral del silencio…, sin embargo no sirven las razones técnicas que justifican los errores a partir del black out o de la evolución del voto durante los últimos días de campaña. Creo que hay un factor específico, relacionado directamente con este tipo de encuestas, efectuadas, por razones obvias,  a un ritmo trepidante.
            En efecto, la informática y las nuevas tecnologías permiten actualmente garantizar un cierto grado de fiabilidad en esta clase de encuestas, aunque la urgencia con que se realizan conlleva riesgos mucho mayores. Por otra parte, estos sondeos sólo se realizan durante la jornada electoral y necesitan mucho personal, que no siempre son especialistas ni trabajan en condiciones técnicas que aseguren el rigor necesario para garantizar resultados fiables. Tuve ocasión de hablar personalmente con alguno de los encuestadores que participaron en los sondeos “a pie de urna” realizados en los comicios de 1996  y mi impresión no pudo ser más decepcionante. Me confesaron que no tenían ninguna experiencia previa en realizar encuestas, que la formación recibida  había sido muy escasa y, además, que se habían encontrado con la negativa de muchos electores a contestar, razón por la cual se inventaban las respuestas según las propias previsiones: “se trataba de cobrar lo que se había estipulado y no de plantear problemas a los responsables”. Tal vez no fuera una actitud generalizada, pero como mínimo resulta preocupante.
            Como factor negativo añadido, ha de recordarse que los medios de comunicación que contratan estas encuestas entran en una dura competición para  ganar audiencia durante la noche electoral, hecho que a menudo ocasiona la rotura de la barrera entre una cifra relativa e indeterminada y otra que se ofrece como un resultado prácticamente definitivo. Los que pretenden demostrar que son los primeros asumen un riesgo mayor de equivocarse. A veces, en una emisión en directo, hay que escoger entre el riesgo de decepcionar a la audiencia y el riesgo de ofrecer una información incorrecta o claramente falsa. Existe muy poca regulación sobre este tema, tal vez porque al gobierno no le preocupa ya el efecto negativo que puedan tener sobre los votantes, toda vez que la votación ya ha tenido lugar, y en cambio las consecuencias para el prestigio de las empresas y del sistema pueden ser igualmente graves. Sea como sea, y aunque no creo que se trate de un hecho frecuente, se podría producir una manipulación intencionada con efectos muy peligrosos en días de alta sensibilización social como son los días electorales. Asimismo, creo que el futuro de estas encuestas realizadas el mismo día de la votación se presenta, cuando menos, incierto. Los avances de la informática hacen que cada vez las noches electorales sean más cortas, los escrutinios más rápidos y los resultados se conozcan más pronto, cosa que a medio plazo hará innecesario este tipo de sondeos que, a mayor abundamiento, tienen un coste económico considerable.
            Por lo que respecta a la manipulación de las encuestas preelectorales, ya hemos hablado de ello anteriormente. Tal vez  en los casos comentados no hubiera una manipulación consciente, pero sí un “maquillaje” de los datos, a pesar del efecto perverso de estas prácticas. Al margen de la dificultad técnica de manipular un sondeo y que parezca creíble. Resulta más accesible adaptar los datos a conveniencia, orientar la opinión de los medios de comunicación e incluso hacer campañas generalizadas para destacar determinadas informaciones de las encuestas. En cualquier caso, ya hemos apuntado que el votante no es una máquina de procesar datos y actuar en consecuencia, sino que a la postre, y este es el milagro de la democracia, nadie puede controlar el momento en el que se introduce la papeleta en la urna ni se puede entrar en el cerebro del elector para condicionar su voto. Ni tan siquiera la influencia de los medios de comunicación es tan fuerte como a menudo suponemos.  Como dice una cita periodística, “la gente de la calle tiene menos información de la que pensamos y mucha más inteligencia de la que creemos”.

Conclusiones

            1. No se puede hablar de manera generalizada de “fracaso de las encuestas”. A partir de los argumentos expuestos a lo largo de este trabajo, podemos afirmar que un sondeo realizado con rigor técnico se aproxima fielmente a la intención de voto. Ahora bien, existe una multiplicidad de factores que “colaboran” a hacer que los resultados de las encuestas preelectorales no coincidan con los resultados de las urnas.
            2. Así pues, existen factores que distorsionan las predicciones de los sondeos. Entre estos factores está el “black out”, las necesidades de audiencia de los medios, la actitud del electorado (espiral del silencio, cansancio por exceso de sondeos…), la especificidad del sistema electoral, la manipulación  interesada de algunos organismos públicos de investigación, o de algunos medios, por conveniencia política, la falta de tradición y de “research” de algunos institutos, etc. Todo esto ha de conducirnos a relativizar los resultados de las encuestas.
            3. A pesar de todo, el sondeo preelectoral sigue siendo aún el único mecanismo útil para investigar la intención de voto del electorado. Efectivamente, aun a pesar de los errores, las encuestas aportan una información muy interesante para políticos, medios de comunicación y para la propia opinión pública. Por tanto, es preciso apostar por el futuro de esta valiosa herramienta de la sociología y la comunicación política, aunque hay que recomendar  la abolición del black out, combinada con la aprobación de una normativa que regule de manera más estricta la exigencia de calidad técnica de todas las encuestas con el fin de mejorar las predicciones.  Los institutos han de profundizar en las técnicas de investigación por medio de fact-finding polls (encuestas de verificación de resultados) y entrevistas en profundidad (investigación cualitativa) para iluminar las zonas oscuras de los sondeos.
            Hay que conseguir que todas las encuestas tengan el rigor técnico necesario que garantice su fiabilidad, elimine las sospechas de “maquillaje” de los datos y pida a los medios de comunicación que interpreten, pero que no manipulen.
            4. El futuro presenta algunas nubes en relación con las encuestas electorales.  Parece observarse un cierto distanciamiento entre la opinión pública y la clase política que podría tener cada vez más un reflejo negativo en las encuestas. Es conveniente no sobrecargar a la población, analizar en profundidad la evolución del voto y los cambios de comportamiento electoral, tener en cuenta como un factor de corrección el elevado numero de indecisos y de abstención y los parámetros sociales que definen lo considerado “políticamente correcto” con el fin de ajustar los resultados de un sondeo. También es verdad que el futuro nos conduce, de la mano de las nuevas tecnologías, hacia una democracia “virtual” en la que tal vez el voto se expresará desde casa, desde el terminal de un ordenador, hecho este que hará modificar las campañas electorales y renovar las herramientas de investigación y predicción del voto. No obstante, todo esto forma parte de la política ficción y, en cualquier caso, debería ser objeto de una nueva investigación que excede los límites de este trabajo.
            De momento, hemos de conseguir liberar el sistema democrático de los vicios que puedan convertirlo en una “tiranía de las encuestas”, con efectos destructores sobre la opinión pública y sobre la propia esencia de este sistema.


NOTAS

1.  Recogido por La Vanguardia, octubre de 1997
2.  Estudio 1675.  Postelectoral Elecciones Europeas, Autonómicas y Municipales 1987, 2493 entrevistas en todo el Estado. Estudio 1817. Postelectoral Parlamento Europeo, 4586 entrevistas en todo el Estado.
3.  Sobre la influencia de los medios en los electores y los factores de motivación del voto hay mucha bibliografía. Thomas E. Patterson estudió mediante encuestas y entrevistas el efecto de los medios sobre la opinión de los votantes en plena campaña y concluyó que “la opinión de los votantes sobre las posibilidades de los candidatos depende mucho de la información recibida de los medios periodísticos […]. El conocimiento sobre las posiciones competitivas de los candidatos ha de depender principalmente de las noticias sobre los resultados primarios, los resultados de las encuestas…”. Cfr. The Mass Media Election: How Americans choose their President. Otros autores como C. Ysmal, R. Mannheimer o G. Sani han reflexionado sobre el tema. Los dos últimos parten del “modelo de Goodman” según el cual un 20 ó 25 por ciento de los electores son fluctuantes y modifican a menudo el sentido de su voto, para defender la teoría de que los sondeos solamente influyen sobre estos electores y que las muestras deberían reducirse a estos electores. Finalmente, el profesor G. Tullock, de la Universidad de Virginia, plantea diversas teorías de motivación del voto como el logrolling (intercambio de intereses como motivación básica del voto), el “teorema del votante medio” o del “barril de cerdo”. Cfr . Los motivos del voto, Madrid, Espasa Calpe, 1979.
4.  Citado por Michel Brulé, op. cit.
5.  Para ampliar información sobre este tema, cfr. el artículo de J.I.Wert, sociólogo y consejero delegado de Demoscopia, Perspectivas de reforma del régimen electoral: campañas, medios de comunicación y encuestas electorales.
6.  En Alemania, los institutos se autocensuran durante las seis semanas previas a la elección “para no influir en el elector” (sic), con la única excepción del Institut Demoskopie, que publica regularmente encuestas preelectorales de una notable calidad. Las teorías de E. Noëlle Newmann aparecen recogidas en diversas obras y artículos, entre los cuales La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social, Barcelona, Paidós, 1995.
7.  Por ejemplo, Carles Castro, analista del diario La Vanguardia, en diversos artículos sobre este tema durante 1998 y 1999.
8.  Cfr. R. Mannheimer y G. Sani, Il mercato elettorale.
9.  Cfr. G. Sartori, Homo videns, pp. 73 ss.
10.  Cfr. Oop. Cit.
11.  Cfr. Jorge Oscar Fernández Santana, Diseño y utilidad de las encuestas preelectorales, Vitoria, Servicio Central de Publicaciones del Gobierno Vasco, 1995, p. 23.
12.  “Oversurveyed population” en palabras de J. Hornik.
13.  Citada por Fernández Santana, op. cit., p.34.


Bibliografía

1. Brulé, Michel. L’empire des sondages: transparence ou manipulation? Robert Laffont. Paris, 1988
2. Fernández Santana, Jorge Oscar. Diseño y utilidad de las encuestas preelectorales. Servicio Central de Publicaciones del Gobierno Vasco. Vitoria, 1994
3. Noelle-Newmann, Elisabeth. La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social. Paidós. Barcelona, 1995.
4. Mannheimer, Renato & Sani, Giacomo. Il mercato elettorale. Il Mulino. Bologna, 1987
5. Patterson, Thomas E. The Mass Media Election: How Americans choose their President.
6. Sartori, Giovanni. Homo videns. La sociedad teledirigida. Taurus. Madrid, 1998
7. Tullock, Gordon. Los motivos del voto. Espasa Calpe. Madrid, 1979
8. Wert, José Ignacio. Perspectivas de reforma del régimen electoral: campañas, medios de comunicación y encuestas electorales. En VV. AA. La reforma del régimen electoral. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid, 1994
9. Ysmal, Colette.


[*] El presente trabajo forma parte de una investigación más amplia del autor dirigida por el profesor Carlo Marletti, de l Universidad de Torino,  en el contexto del programa de doctorado en comunicación audiovisual que está finalizando en la Universidad Autónoma de Barcelona.

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